Definamos «raro»
Primer día en la oficina. Te presentas a tus compañeros de despacho. Te enseñan donde está la máquina de café. «Gracias, no tomo café» primera cara extraña.
Te indican dónde se tira la basura por la tarde, «Y los plásticos?» Todo al mismo sitio, te dicen. Segunda cara extraña.
Notas que te miran las zapatillas, y que te miran de arriba abajo. Sonríes y sigues a lo tuyo.
Menos mal que estás rodeado de adultos y no te van a canear por ser el nuevo, que si en vez de la oficina fuera el cole, ya te habrían burlado por llevar zapatillas de colores, seguramente te hubieran dado un par de puñetazos en la tripa, por ser el nuevo y no jugar como ellos. Y no te digo nada cuando te toca pasar por el pasillo delante de todos, hasta tu clase, te tirarán los almuerzos caducados de toda la semana, eso si no te tiran pelotas de papel o algo peor.
Pero qué cojones! Quién tiene la capacidad de decidir qué es «raro» y qué no. Quién decide quién seguir a unos u a otros.
Qué fácil sería ser comprendido y comprender.
Qué fácil sería que a los demás les diera igual tu manera de ser, de vestir, de jugar, de hablar, de divertirse.
Qué fácil sería si cada uno se ocupara de sus asuntos, sin meterse con los asuntos de los demás.
Pero no vivimos en un mundo fácil, ni siquiera en una sociedad fácil, a veces ni hasta en una familia fácil. Educar a nuestros hijos e hijas de manera coherente y conforme a nuestros principios no es nada fácil. La sociedad hace que las personas que vamos contracorriente parezcamos raros.
- Raros por no estar de acuerdo en algo,
- Raros por dar una opinión,
- Raros, por enfrentarnos al más fuerte,
- Raros por defender a los débiles,
- Raros por no comer lo mismo,
- Raro por divertirte de otra manera,
- Raro por no ser tonto ni borrego.
Y educar a tus hijos en un ambiente «enrarecido» hace que ellos tengo confrontamientos internos, que se sientan diferentes y necesiten tener herramientas para saber que lo que hacen es correcto. Que no se dejen arrastrar por las corrientes de las personas «no raras». De las personas que se creen más fuertes por burlarse de alguien, de las personas que se creen con derechos sobre los demás, de las personas diferentes.
Todos los días, mis hijos y yo, nos tumbamos en la cama y hablamos de lo mejor y lo peor del día. Él me lo pide, él me pide «hablar un ratito de nuestras cosas» Y yo muero de amor, porque le encanta contarme lo bueno del día, vamos aprendiendo a gestionar nuestras negatividades y a sacar lo mejor de nosotros mismos. De ponernos en la piel del otro y pensar en positivo. De Conseguir sacarle una sonrisa al día gris. De ser conscientes de la suerte que tenemos. De intentar entender un poco mejor a los demás. De darle herramientas para que entienda que no todo es blanco o negro. Cuántas veces le digo que no se deje arrastrar, que tenga su propia personalidad para plantar cara a las injusticias, o a lo que no le parece bien, o a lo que no está de acuerdo. También le digo que podemos entendernos incluso con los «más raros», y quién es el raro? Ellos o nosotros?