La eterna despedida

Llevaba años preparándose para ese momento. 
Llevaba meses concienciándose. 
Llevaba días pensando cómo tenerlo todo organizado. 
Y sin embargo en las últimas horas lo único que hizo fue llorar. Llorar y besarle. 
No se separó de su cama ni un momento. No dejo a nadie que le sustituyera. Nadie podía arrancarla de su mano. 
Desde que hace cuatro años le diagnosticaron una enfermedad rara en la que el triste final llegaría rondado los diez años de vida, se había preparado para el momento del adiós. Lo había visto en su cabeza un millón de veces. Tenia dicho a todo el mundo lo que tenía que hacer y sin embargo ahora quería un ratito más de verle respirar aunque estuviera enchufado a una máquina, aunque su postura habitual fuera tumbado en la cama, aunque hacía meses que apenas abría los ojos ni le miraba ni le reconocía. Ella necesitaba más tiempo. No estaba preparada para despedirse. 
Aún no había llegado el milagro. Aún no habían descubierto el por qué de su enfermedad ni una cura para su pequeño. No había suficiente dinero para investigación, puto dinero, siempre tan necesario. 
La gente en cambio había sido muy generosa. Habían organizado numerosos eventos solidarios, para recaudar fondos. Ahora pensaba en todos ellos, le venían a la mente la cara de tanta gente que le miraba desde las butacas de los teatros en los que presentaba a los artistas que se ofrecían voluntariamente a participar. LA cara de la gente entre apurada y distante, con esa mirada huidiza, que no son capaces de mantenerte la vista en los ojos. Ella comprendía lo dificil que era mantener una conversación con nadie sin echarse a llorar. Hubo años en los que lo conseguía. Había aprendido a vivir con eso, explicaba la enfermedad rara sin pestañear, sin una sola lágrima, llorar no le había ayudado a salvar a su hijo, y sin embargo ahora estaba allí de rodillas en su cama, sujetando su mano fría, sin más vestido que la inmensa tristeza de perderle. 
Nadie te prepara para algo así, por mucho que sepas que ese día va a llegar y que en tu fuero interno sabes que es lo mejor para todos. Él ya no era el niño que salió de tus entrañas y colmó de expectativas su vida durante dos años. Se había convertido en un trozo de carne al que había que cuidar, mantener limpio, aseado, atendido, cuidando de que las crisis que le azotaban cada día no le hicieran caer de la cama y darse un golpe, que no se le estropeara algo más en su interior que hiciera que aún fuera más complicada la vida. Que sus órganos vitales funcionaran por sí solos el mayor tiempo posible. No, definitivamente él no era el niño que ella parió. 
Lo mejor que les podía pasar a todos era lo que pasó esa noche, sin embargo el separarse de él definitivamente era lo que no había pensado durante años. El aprender a vivir una vida que ya no le pertenecía era a lo que no estaba preparada. 
Tenía que seguir adelante por el ángel que acaba de irse, por su hijo mayor, por su pareja, por sus padres y por supuesto, por ella misma. 
Esta historia inventada, va con dedicatoria.

Con todo mi cariño, respeto y admiración. In memoriam Nahia.

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