A los pies de su cama

Se pasaba las horas al pie de su cama. No quería separarse de él en sus últimos momentos. La enfermedad les pilló a todos por sorpresa y quería aprovechar todo lo posible con él. 
Todas las noches le decía te quiero, todas las mañanas le daba besos en la mejilla y en la frente, todas las tardes le leía unas páginas de su libro favorito
Pero su padre ya no escuchaba, ni oía, ni veía. La enfermedad era tan brutal que se pasaba el día sedado, para que no sufriera. Para que no sintiera
Parecía mentira que un hombre tan vigoroso como él, ahora estuviera consumido, flaco, pálido y en silencio, con su rictus serio, y los ojos cerrados. 

Quería que sus hijos entrasen en la habitación, quería que estos se despidieran de su abuelo, pero los niños fueron más inteligentes que su padre, más sensibles, ellos prefirieron guardarse los maravillosos recuerdos de su abuelo en su memoria, de sus tardes de parque, de las historias contadas sobre sus rodillas, de sus mete-gol, de sus tardes de peluquería, de sus mañanas en la playa, de sus días de baños en el mar, de sus barbacoas, de sus besos, de sus abrazos de oso, de las carreras por el parque, de sus miradas cómplices durante las comidas. 
Ellos no querían tener su último recuerdo de su abuelo postrado en una cama sin conocimiento, sin color, sin sonrisa, sin aire. Ellos habían aprovechado mejor el tiempo compartido. 

Su padre se limitaba a ir y venir con los niños, apenas un apretón de manos al verse, un qué tal huidizo, y poco más. Cara de aburrimiento cuando le repetía por sexta vez alguna anécdota, o le pedía que le arreglase la tele. 
Ahora, a los pies de su cama, le venían a la cabeza esos momentos en los que podía haber aprovechado más. Como aquella tarde en la que podían haber ido juntos al fútbol, o aquella mañana en la que tuvo un par de horas libres y podía haberle acompañado a su caminata diaria. O aquel fin de semana que se quedó en casa y podía haber compartido una tarde de dominó o ajedrez. 
Ahora, a los pies de su cama, le venían a la cabeza imágenes difusas de su infancia, claro, su padre aprovechaba cada momento que no trabajaba para disfrutar con él, le enseñó a andar en bicicleta, le enseñó a jugar al ajedrez, le enseñó ortografía y la diferencia entre un alcornoque y un roble. Le inculcó su pasión por las plantas y por la cocina. Y él ahora sólo podía devolvérselo en forma de lágrimas. ¿Por qué no aprovechó el tiempo? ¿Por qué ha tenido que esperar a su lecho de muerte? ¿Por qué no le dijo te quiero cuando podía oír? ¿Por qué no le abrazó cuando podía sentir? ¿Por qué no se hizo una foto cuando podía ver?

Y lloró. Y abrazó a sus hijos. Y por un momento le pareció que su padre le guiñaba el ojo como último gesto hacia él. 

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