Unos ojos color miel

Andrea tenía una vida plena. Una familia feliz. Fue una profesional de éxito durante 15 años y decidió darle un giro a su vida para encargarse de su familia. Era ejecutiva en una multinacional y su trabajo le absorvía tanto que apenas veía a sus hijos despiertos. Por lo que pidió una excedencia y decidió que había llegado el momento de aportar y volcar sus esfuerzos en ellos. Niños de 4 y 2 años.
Ella les llevaba y traía al cole, comía con ellos en casa.
Ella se encargaba de vestirles, ella sabía cuando se le quedaba pequeño el pantalón o cuántos agujeros tenía en la rodilla.
Ella se encargaba de la citas médicas, ella era la que guardaba su turno pacientemente en la sala de espera, ella era la que sabía qué vacuna le tocaba ese año a cada uno.
Ella sabía las horas de vigilia y cuando sus niños se pasaban de rosca y les tocaba ya dormir.
Ella se encargaba de los extraescolares, tenía en su cabeza el horario lectivo, los días de entrega de deberes, los días que había llevar zapatillas de belcro, los días que tenían que llevar la caja de zapatos para las manualidades, el traje de carnaval.
Ella se sabía los nombres de todos los padres y madres de su clase, sabía con quién jugaban sus hijos y sabía qué meriendas triunfan y qué necesitan cenar para completar su dieta.
Lo que ella no sabía es que dándolo todo se estaba quedando sin aire. Que cuando trabajaba en la multinacional llevaba la agenda de directivos y se llevaba a casa las tareas del día siguiente para adelantar trabajo y que la reunión saliera perfecta. En cambio, en el trabajo más importante de su vida, veía cómo se le escapa la energía. Cómo su trabajo no la llenaba. Cómo sus horas y días pasaban y veía que hacía tres meses que no iba a la peluquería, que no se había comprado zapatos desde las rebajas del año pasado, que no había salido a tomar un café a ningún sitio que no tuviera piscinas de bolas. Que su pareja se llevaba los méritos de la crianza, que él contaba los cuentos nocturnos mientras ella dormitaba en el sofá. Que él se llevaba los besos y abrazos, y a ella le tocaba ser la sargento de la película.
Al cabo de dos años, sin saber cómo, pudo tener tres horas para ella, que no sabía cómo aprovecharlas, fue a la peluquería. Y estuvo encantada.
Al mes, decidió salir con las amigas a cenar. Y se alargó la noche, y salió a bailar.
Y vio que le gustaba. Vio que había aparcado durante mucho tiempo su vida para dedicárselo a lo que más quería. Pero estaba en un punto en el que no sabía si ellos era lo que más quería. De repente se sintió egoísta, y quiso quererse más a ella misma que a los demás, incluso a sus propios hijos.
Y lo dejó todo. Dejó su casa, dejó a su pareja, dejó a lo que más quería para vivir su vida.
Nadie lo entendió, su familia le dio la espalda, su pareja se quedó en shock, y sus hijos, sus hijos no entendían que su madre pudiera vivir más allá de ellos.
imagen obtenida de: http://www.design4livingbetter.com

Andrea dejó atrás su vida familiar, volvió a su trabajo en la multinacional, recuperó su vida social, se independizó emocionalmente y empezó a vivir la vida que llevaba antes de casarse y comprometerse.

Recuperó sus noches de baile, volvió a ver cómo le miraban los hombres, volvió a sentirse muy atractiva, volvió a tener su vida plena, y con un tachón en su vida, un borrón. A nadie les contaba de su vida anterior. Para los que no le conocían era Andrea, una mujer hecha a sí misma, soltera, ejecutiva, y que le gustaba vivir bien. Poderosa, calculadora, y con la vida resuelta. 
Nunca se volvió a comprometer con nadie, picoteaba aquí y allá, pero nada serio.

Al cabo de los años, sus ojos se cruzaron con los suyos, unos familiares ojos miel se cruzaron con los de Andrea en un tren.


Los ojos color miel tendrían unos 20 años, y a Andrea se le agolparon las lágrimas en los ojos, hacía mucho tiempo que no lloraba y se le vinieron a la mente las imágenes que tenía guardadas y encerradas en su mente. Y se arrepintió de su vida, y maldijo su egoísmo, y se culpó de haberse perdido la vida de esos ojos. Y supo en ese instante que nada había merecido la pena. Y al bajarse del tren esperó al siguiente en el andén y puso fin a su vacía vida. 

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