La costurera y el abogado

La costurera y el abogado

Él iba a hacerse sus trajes a la mejor sastrería de la zona. Además de trajes, se confeccionaban ropa para bebés, vestidos de mujer, en fin, y toda clase de arreglos.
Ella era la maestra costurera, la modista, la que ponía alfileres y tomaba medidas.
Era imposible no fijarse en él, alto, de buen porte, moreno, de unos intensos ojos oscuros.
Ella era una bella mujer, siempre bien peinada, con un toque de colorete en sus mejillas y unos labios perfectamente delineados y pintados. Con su uniforme siempre bien planchado. Su pelo recogido en lo alto de la cabeza. Y con hilos pegados al delantal.
Una vez sus ojos se cruzaron. Y sus manos se rozaron en la medición de un traje.
Él la esperaba en la puerta del taller.
Le costó mucho cortejarla. Le llevaba flores, bombones, le regaló unos zapatos, e incluso la invitaba a ir al cine. Ella se resistía. Cómo iba a aceptar salir con aquel hombre, eran de clases distintas! Cómo le íba a decir que no sabía qué película elegir porque no sabía leer.
El cortejo duró un par de años, hasta que decidieron poner fecha al compromiso. La boda no podía ser por todo lo alto porque la familia de la modista era muy modesta, no había dinero suficiente para semejante gasto, pero por supuesto el vestido iba a ser maravilloso, blanco de organza, con bordados, con pedrería, con velo por su puesto, y de larga cola.
Se casaron un bonito día de abril. Ella sólo iba acompañada de su madre, él de sus padres y hermano. Al principio no vieron bien que se realizara aquella boda, eran de mundos diferentes, no podían consentir que una modista se casara con su primogénito, que además tenía estudios superiores un buen trabajo en un buffete de abogados.

Pero el encanto de ella les enamoró a todos. Era una mujer con remango, que había aprendido una profesión. Había sido bien educada, conocía los modales en la mesa, y sabía cocinar. Él le enseñó a leer y a escribir.

Eran tiempo difíciles para todos, una guerra civil en ciernes no presagiaba nada bueno. Hubo que huir de España, dejar todo lo que tenían, todo lo que habían conseguido con gran esfuerzo, no estaba bien visto que alguien de su posición y rango fuese en contra del régimen y hubo que huir a Francia. Con una niña pequeña y otra en camino, la vida no se esperaba fácil.

Consiguieron un pequeño apartamento en un ático, todos los días había que subir y bajar 147 escalones para llevar a la niña a la escuela, para ir al mercado, para coser en cuatro casas… Desde el exilio él conseguía información y ayudas de sus camaradas. Con las dos niñas ya un poco creciditas, parecía un buen momento para volver a España.

Pero fue poner pie en territorio español y ser capturado por la polícia, por el mero hecho de ser abogado de los rojos.

Acabo sus días en un manicomio, habiendo pasado primero por una cárcel cruel en la que las vistas eran al mar. Cómo alguien puede encarcelar por un ideal diferente y ponerle los barrotes al mar.

Aquella mujer fuerte, que conquistó al abogado alto y guapo, tuvo que salir adelante haciendo lo que mejor sabía, coser, coser y coser. Cosió tanto que consiguió darles a sus hijas colegio, educación, valores, alegrías, y muchos vestidos hechos con retales. Cuando entraba un poco de chocolate en casa era una fiesta. Gracias a su saber hacer, les cosió a las niñas bolsillos interiores para poder meter alubias y lentejas en sus viajes al pueblo.

Cosió tanto que me cosió vestidos de nido de abeja, los más bonitos del mundo. Me contó historias de amor, me contó cómo vivían, cómo se divertían, qué hacían en tiempos de guerra. Cuidó de mi y me enseñó a contar historias.

La realidad siempre supera a la ficción. 

El próximo 14 de julio hubiera cumplido 106 años.

 

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