LA EXCELENCIA

Hace unos años, cuando trabajaba en una conocida empresa de viajes y cuyo jefe era también el jefe de todos, hubo una convención de directoras cuyo lema era La Excelencia. (léase con la entonación de la musiquilla In the Army, laralalalá, in the army). Bueno, pues es un calificativo que empieza a brillar por su ausencia en muchos establecimientos y personas que atienden al público. A nosotras se nos exigía trabajar para llegar a eso, y he de reconocer que en muchos casos lo conseguíamos, porque nos gustaba lo que hacíamos y porque si le dábamos un buen servicio a los clientes, éstos nos lo agradecían con su confianza y al final era un viaje de ida y vuelta para todos. Pero últimamente vas a una tienda por ejemplo y la persona que te atiende no siente la empresa como «suya» no la siente como si ofreciendo lo mejor de sí mismo puede obtener una enorme satisfacción, sino más bien la siente como para cumplir el expediente, que no me echen, que no se me note que estoy ni que no estoy, que no destaque por nada, que me paguen a fin de mes y punto.
Cuando realizamos un trabajo bien hecho, no sólo se nota hacia el cliente, sino hacia nosotras mismas. Lo que pasa que a veces esa gran exigencia hace que nuestro umbral de la perfección sea demasiado alto, y esto haga que dudemos de nosotras mismas, y pensemos que no lo estamos haciendo bien, o incluso que lo hacemos mal porque no lo hacemos excelente. Y aunque ese es el camino, no debemos ofuscarnos en hacerlo perfecto, sino en sentirnos a gusto con lo que hacemos y que se nos note. Dejar de lado el No, la negación, o el no me veo preparada para ponernos en la senda del positivismo, del Yes, we can! y todo eso. No somos perfectas, no, somos excelentes.
(Dedicado a mis mandarinas en particular, porque todas merecemos otra oportunidad, y así será!) Este es nuestro año.

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