Desde que soy madre, me emociono con facilidad y la demostración de ello son estos juegos. Que he llorado con el oro de Maialen pero también con el de Carolina Marín. A mi el badminton y las aguas bravas me dan igual. Me he emocionado pensando en esas madres que estaban allí aplaudiendo a rabiar… de esas familias que estaban en los pueblos de los olímpicos, animando y empujando desde el sofá.
Pensar en el sacrificio que ha supuesto para esas familias, generalmente de clase obrera, sacar adelante a un(a) deportista de élite, a un deportista que ha llegado a jugar unos juegos olímpicos, que habrá sacrificado horas de sueño, días de vacaciones, semanas de concentraciones, meses de cambios de humor y de alegrías y penas por conseguir o perder el pase a una final…
Pienso en todas esas madres (y padres) que han educado a personas íntegras, responsables, sacrificadas, disciplinadas, deportistas, concienciadas con su deporte y con su país, y me emociono cuando ellos se emocionan.
Oírles a los deportistas dar las gracias al mundo y decir te quiero a sus madres con lágrimas en los ojos, con la voz entre cortada y con carita de niños, de volver a su infancia y recordar la primera medalla de pega que les dieron en los juegos del barrio, de conocerse ganadores gracias al esfuerzo de toda una familia que empuja en silencio y con gran esfuerzo muchas veces económico.
Todas esas medallas olímpicas son de las madres de los deportistas. Porque nadie que no sea madre sabe el esfuerzo que supone que tu hijo o hija llegue a jugar unos juegos olímpicos.
Me vuelvo a emocionar ahora rememorando lo que una vez me dijo mi ADRN: «Amá, qué harás si algún día me dan el premio nobel?» Llorar, hijo.
Es que tengo un niño que aspira muy alto.